LOS CAPULETOS ANDAN EXALTADOS…

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No descubro nada si afirmo que el clima y todas sus variantes tienen un efecto sobre nuestro estado de ánimo y emociones. De hecho, hay infinidad de tópicos geográficos que otorgan a diferentes pueblos y culturas de cierta personalidad dependiendo de la zona en que viven y su clima. No es nada raro, tampoco, que sintamos los efectos de los cambios estacionales y que nuestro cuerpo y ánimo se arrastren por los suelos cuando las temperaturas aprietan y la humedad se dispara, de ahí lo de «la primavera, la sangre altera» y muchas otras expresiones en nuestro idioma que ponen de manifiesto la clara relación existente entre el tiempo y nuestro estado de ánimo.

Los psicólogos sabemos que ciertos pacientes presentan un empeoramiento de algunos cuadros ansiosos y depresivos con los cambios estacionales y el aumento o descenso de las temperaturas que los acompañan. Es habitual que en otoño e invierno empeoren los cuadros depresivos y en primavera y verano la gente sufra con más intensidad su estado de ánimo inquieto y ansioso. De hecho, se estima que casi el 15% de la población sufre el llamado Trastorno Afectivo Emocional (TAE) que hace referencia a un trastorno de tipo depresivo vinculado principalmente al invierno y que afecta mayoritariamente a mujeres y a población que vive en países donde las noches de invierno se alargan y disponen de menos horas de luz solar.

 

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Sin duda uno de los elementos climáticos que más incidencia tiene sobre nosotros es el viento. Nos lo mostró Pedro Almodóvar en su película Volver (2016). La gente de La Mancha conoce de sobras el azote del viento cálido que sufren a lo largo de muchos días del año. En una de sus escenas, una de sus protagonistas echa la culpa precisamente al viento cuando afirma “Es el viento. Maldito viento solano que saca a la gente de quicio”.

Parece ser que todo está relacionado con el tipo de carga de los iones en la atmósfera ante la presencia de viento. Los iones son diminutas partículas del aire cargadas de electricidad y aquí parece ser que la relación es inversa.

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Es decir, con iones positivos, los efectos sobre nuestra salud y estado de ánimo son negativos; mientras que, por otro lado, los iones negativos parecen tener efectos más positivos. De este modo, con carga eléctrica positiva en el ambiente nos sentimos más irritables, nerviosos, podemos padecer insomnio y aparecen las migrañas, entre otros efectos. Con carga negativa nuestro organismo se encamina más hacia el relax y el equilibrio. Hay una creencia popular que asocia viento a locura y ciertamente se ha constatado que hay cuadros de patología mental que se agravan con la aparición de este fenómeno meteorológico, especialmente en personas con trastornos mentales y que son meteorosensibles, ya que la polaridad e intensidad de la carga de los iones en la atmósfera tienen una incidencia sobre la actividad de los neurotransmisores de nuestro cerebro.

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De entre todos los vientos y sobre su influencia sobre nosotros hay uno muy conocido y estudiado: el denominado efecto Foehn. Este viento es característico de la zona de los Alpes. Se produce en esta zona montañosa cuando una masa de aire cálido y húmedo se ve forzado a ascender de forma rápida para poder sortear el obstáculo que supone una cima montañosa. Durante el ascenso el vapor de agua se condensa convirtiéndose en precipitación, mientras que sufre un calentamiento al descender por el lado opuesto de la montaña, originando un viento muy seco y caliente. Los vientos que origina pueden llegar a tener una velocidad de 15o km/h con la consecuente afectación sobre la población que lo sufre. Este fenómeno está presente en todas las zonas montañosas de nuestro planeta, incluyendo nuestro país.

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Quienes se ven azotados por este tipo de viento se ven claramente afectados por él. Hay cierto consenso entre quienes lo han estudiado. Se sabe que tiene un efecto directo sobre la salud mental debido al cambio brusco de carga eléctrica en el ambiente. Entre los efectos más notados en el organismo se encuentran los dolores de cabeza y la sensación de fatiga con el consecuente estrés psíquico. Tanto es así que en Suiza si la presencia de este viento tiene lugar durante la comisión de ciertos delitos, se tiene en cuenta a nivel legal, llegando incluso a ser un atenuante.

La influencia del clima sobre nuestro organismo hace que haya una disciplina que se encarga de estudiar cómo nos influyen los factores meteorológicos,  es la biometeorología médica y ha llegado a clasificar a tres grupos de personas según los efectos que el viento tiene sobre ellas. Así lo explica Pedro A. Martínez-Carpio, investigador clínico de la facultad de medicina de la UAB (Universitat Autònoma de Barcelona):

  • El primer grupo de personas ve empeorar un estado depresivo latente, presentan dificultados en su atención y muestran un estado más ansioso.
  • El segundo presenta claras muestras de irritabilidad, agresión e incluso conductas violentas.
  • El tercero desencadena episodios de cefaleas o crisis de migraña

 

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No te extrañe pues que en esos días de viento sientas que estás diferente, más cansado, irritable o con dolor de cabeza. Los iones están haciendo de las suyas sobre tu organismo. Pertenecemos al medio al que vivimos y en ocasiones no todo está en nuestras manos. Hay factores externos que tienen una incidencia directa sobre nosotros. Quizás sea que nuestra querida Tierra se toma su personal venganza sobre nosotros por descuidarla de forma descarada e incluso llegar a maltratarla y de vez en cuando nos envía una buena dosis de viento para que sintamos en nuestras propias carnes lo que, por nuestra culpa, sufre ella día tras día.

O quizás sea, como decía mi admirado y querido Shakespeare en Romeo y Julieta, que va a ser que esto del clima sí que nos afecta y de verdad, mostrándonos una vez más que somos más vulnerables de lo que nos pensamos (afortunadamente).

 

Amigo Mercurio, pienso que es mejor que nos moderemos, porque hace bastante calor, y los Capuletos andan exaltados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre.

                                                                          William Shakespeare, Romeo y Julieta, Acto 3 Escena 1

 

 

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